PARTE 2
Corría el año 1926 cuando muy a la tardecita mi papá llega a puerto Antequera. Como la llegada de un buque siempre era toda una fiesta la ciudadanía se daba cita en el lugar. Entre ese público, se encuentra mi joven viuda madre con tres pequeñas nenas.
Increíblemente mi padre al ver a mi madre desde el buque queda hechizado por su hermosura y le dice a un compañero circunstancial, que "esa mujer muy pronto iba ser su señora."
Ni bien desciende Wolf del buque, lo primero que hace es aproximarse a mi madre y cortésmente le saluda en español y ella le responde risueña en Húngaro, "sea usted bienvenido." Mi padre queda sorprendida, no esperaba esa respuesta, y menos encontrar en este mundo perdido, a una dama o Diosa que le hable en Húngaro, idioma que el entendía perfectamente.
Dentro de la familia Eisenhut, que eran seis, solamente mi mamá y mi tío Miguel hablaban el húngaro, heredado de sus padres. Mi abuelo curioso cómo era, se acopla al grupo hablándole al visitante en el idioma alemán.
Hay muchas cosas que en esta vida no tiene una explicación lógica, pero que al final suceden. Esa noche no llega el móvil que tiene que llevarle a Rosario Loma. Como de costumbre el telegrama por el sistema Morse de la época era muy lento. Mi abuelo por educación le invita al viajero a pasar la noche en su residencia.
UN VIAJE A LA ETERNIAD
Al día siguiente el viaje en cachapé desde Antequera a Rosario Loma dura más de seis horas. La presencia de este apuesto joven crea un verdadero revuelto entre las alemanas, ansiosas por conocer al nuevo personaje. En medio de este acontecimiento, luego se confabularon millones de historias que para relatarles tendría que escribir otro libro.
Mi padre entusiasmado, compra esas 20 hectáreas que le ofrecían y con la ayuda y el asesoramiento de su vecino y patrón don Federico Gunther, quien le pone todas sus comodidades a su disposición le facilita resolver un montón de problemas.
Mediante esa y otras ayudas mi padre en un santiamén convierte ese terreno adquirido, en un lugar digno de admirar. Increíblemente de las dos o tres hectáreas de Yerba mate que ya estaban plantadas desordenadamente, él la convierte en cinco hectáreas inteligentemente alineadas, como correspondía, para que las plantas puedan producir el doble. Mi padre con su conocimiento, ayudó silenciosamente a muchos de nuestros agricultores de este departamento. El dinero que él tenía disponible, lo invertía en comprar ganado que lo depositaba en la estancia de los Gunther.
INCREIBLEMENTE TODO SALIA BIEN.
Frente a su yerbal, sobre la otra vereda del callejón, vivía en una elegante casona la viuda de von Zastrow, quien muy agradecida por recibir de vez en cuando la visita de mi padre, le obsequia un depósito lleno de muebles en desuso, y entre ellos un viejo cachapee en muy buenas condiciones, según su casero don Pedro Mazasi. Con este móvil mi padre que nunca se olvidaba de mi madre y Antequera, cada tanto se escapaba de su trabajo y llegaba hasta este puerto, a disfrutar de un merecido descanso.
Mi madre doña Ana Eisenhut, al enviudar de su marido Domingo Flores, (migrante originario de Villa Montero, Entre Rios, Argentina) y con tres hermosas nenas, Chichita, Blanca y Chula vivían cómodamente en la casa familiar de dos pisos sobre la misma ribera del Rio Paraguay. Al fallecer su marido Flores empleado contratado como encargado de la ANTELCO, queda sin sustento y desesperada, pero sin perder su postura, fábrica o elabora de todo para ganarse el pan de cada día.
ALGO DE LOS EISENHUT.
Mi abuelo don José Eisenhut era de origen Austro-Húngaro, quien acompañado de su nueva esposa, doña Julia Szabo, y con una pequeña hija extramatrimonial, Rosa Meyer dejan Hungría y se radican en Carlos Casares, Argentina, por 14 largos años.
De este nuevo matrimonio Eisenhut, nacen cinco hombres y una mujer quien vendría a ser mi madre. Mi abuelo era contador público y un excelente carpintero que atraído por su espíritu de Aventurero un buen día decide mudarse al Paraguay, sin el consentimiento de su familia. De esta manera menos esperada emigra la familia con todos sus enseres a Puerto Antequera, en el año 1918.
Felizmente en este oculto Obraje son muy bien recibidos por la familia López. Mis abuelos fueron los PIONEROS extranjeros que pisaron estas tierras. Para más detalle leer el libro del escritor Adolfo von Tumpling ALLÍ DONDE MUERE EL SOL.
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