Con una antigua carretilla a mano de madera pesadísima, construida por algún carpintero local, quien sabe con qué intenciones, durante la noche para que nadie se entere de mi propósito, empecé a cargar mi nuevo negocio. Felizmente mi cuñado vivía a solo dos cuadras de mi nueva vivienda y como la fuerza de mi flamante juventud era excelente, no necesitaba pedir socorro a nadie. Así que en un cerrar y abrir de ojos muy pronto pude inaugurar mi nueva casa comercial. Al principio los ocasionales clientes solo me visitaban por curiosidad y como siempre yo encontraba algo con que entretenerles o comentarles de mi vida pasada en la ciudad de Asunción, prontamente logre ganar el cariño de una selecta y respetable clientela.
TODA UNA GRAN SORPRESA
Tres meses después nuevamente viajo a la capital y en nuestro domicilio de Sajonia, inesperadamente me encuentro con un viejo compañero del colegio alemán. Este gran amigo estaba justamente de visita con la sana intención o sea pretensiones de conquistar el corazón de mi hermana menor Marta, quien trabajaba en la famosa tienda Krauch. El joven y apuesto Rudy Grubel al enterarse de mi actividad en la zona Norte y siendo él unos de los principales accionista de la Cueril S.A, unos de los mayores compradores de cueros silvestres del Paraguay, se me ofrece para ayudarme económicamente en esta floreciente y lucrativa actividad, representándoles en la compra y venta de las pieles silvestre en el norte.
Al día siguiente muy temprano nos reunimos en la oficina con su padre cerca de la Plaza Uruguaya y sin muchos trasmites protocolares, a sola firma me anticipan una fuerte suma de dinero en efectivo para acopio de pieles silvestres. Este respetable capital me abrió nuevo horizonte y así, muy pronto logre independizarme económicamente de mi cuñado Don Pololo a quien felizmente le pude devolver íntegramente lo que le endeudaba, más los intereses correspondientes. Muy justo.
Desde esa fecha no tuve problemas para surtir mi negocio directamente de las grandes casas comerciales que nos visitaban. Mi anciana madre, aun fuerte y lucida y con mucho espíritu de por medio al ver que el negocio prosperaba, decide voluntariamente retornar a lo que alguna vez fue su mundo y la de su finado marido Wolf.
Mejor oportunidad que este ofrecimiento de mi madre no podía ser. Así, que sin dudar de la oferta, ganaba yo una valiosa compañía y todo se perfilaba a mejorar. Me estimulaba comprobar que esta nueva iniciativa era mi oportunidad para progresar y de paso decirle adiós a la gran ciudad, donde intente hacer de todo, pero sin nunca lograr una independencia económica aceptable. Pero, por lo visto la semilla aún no estaba madura.
Indudablemente, nuestra vivienda en Antequera era enorme, pero con muy pocas comodidades. Solo disponía de dos dormitorios y en el más pequeño le amueble a mi madre y en la otra pieza me instale yo. Ya aclimatado en esta comunidad encontré que no se disponía de ningún medio de transporte para viajar a Villa de San Pedro y que esa comodidad era muy importante para salir del aislamiento que vivíamos. Entendía que la unión de dos pueblos a pesar de su rivalidad, podía con esta iniciativa mejorar en mucho aspecto y gracias a Dios al final no me equivoque.
En uno de mis periódicos viajes a Asunción y ya pegándome el lujo de poder hacerlo por vía aérea, que a pesar de ser un poco más costoso, era rápido y cómodo. Estando en la capital, visito a un gran amigo Antonio Nohl, ex compañero de trabajo en los talleres de Cóndor y le propongo que si verdaderamente quería PROGRESAR y ganar mucho dinero, compre un ómnibus y se venga a trabajar en este departamento, en mi casa donde no le faltará absolutamente nada.
Este amigo norteño Antonio Nohl oriundo de Rosario Loma, escucho mi propuesta con mucho interés, e hizo lo correcto. Compra de Cóndor donde llevaba años trabajando como mecánico un viejo ómnibus que estaba hipotecado y decididamente por agua ya que cuando eso no contábamos con ruta, se traslada a puerto Antequera.
Compartimos mi comodidad como buenos amigos, con su fiel ayudante don Teodoro Brassel de Villa de San Pedro. Por todas estas circunstancias, hasta la fecha muchos antequeranos recuerdan a mi vivienda como la casa de los solteros. También al ómnibus marca Reo naftero que por muchos años estuvo al servicio de sus usuarios, los antequeranos le bautizaron cariñosamente con el nombre de ómnibus Blanco.
Al final lo que nadie esperaba es que los años se encargarían de cambiar muchas cosas, es que nadie puede pronosticar el futuro. Claro que podemos plantear algunas proyecciones, pero sin poder asegurar que se cumplan favorablemente. Ahora mismo me gustaría compartir con ustedes algunas de estas increíbles experiencias, que con el tiempo dejaron sus huellas como una mancha imborrable.
Muchas veces no es bueno rememorar los pasajes negros de nuestra vida, porque pueden crear muchos males entendidos. Pero si por alguna circunstancia especial de esta vida alguien desea progresar, recomiendo no tener en cuenta estos detalles, sino hacer lo que su instinto o corazón le ordena. Desde luego que en el peligro está la ganancia y si deseamos mejorar alguna vez, tenemos que arriesgarnos y más todavía si somos jóvenes y ambiciosos.
Feliz iniciativa.
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