Transcurría la segunda mitad de la década de los 70, cuando en las radios comenzaban a escucharse los éxitos de la música pop, de grupos como Abba, Boney M, y sonidos de bandas de películas como Fiebre de Sábado a la Noche; vivíamos en el apogeo de la dictadura Stroniana, cuando el dólar comenzaba a mostrarse renuente a seguir con la paridad, ya insostenible, de 126 Gs. por cada uno de la moneda del norte, que era el cambio "oficial".
Por esta época Don Pololo se decidió a adquirir "un volante", después de haber consultado con innumerables "citadinos" como era su costumbre, para ver cual era la mejor opción, y se embarcó en la gran tarea bajo la dirección de uno de sus concuñados, que reunía el perfil por su condición de experto y ducho en estos menesteres, el tio Papi Cortazar.
Una vez decidido el asunto acordaron adquirir un móvil familiar, europeo, noble, fuerte, un león, con poco uso, pues pertenecía a los sacerdotes Salesianos del Colegio Monseñor Lasagna, y lo menos que se podía esperar es que los clérigos hayan usado la Peugeot 404, año 75, para salir a loquear y meterle pata desinflando el motor, reventando la suspensión, y quemando el tapizado con colillas de cigarrillos en largas noches de juerga.
El entorno familiar se puso contento, Lita y Ricardo, que por entonces seguían de luna de miel, con el primer retoño, la primera hija/nieta/sobrina, Lorena, empezaron a salir a probar la máquina, pero siempre estaba al volante el tio Papi Cortazar; así transcurrieron días, cuando era normal concurrir en familia a saborear parrillas completas o algún lomito relleno, regadas de abundante cerveza o algún vinito, en el Maracaná, o en el Ñandú.
Pero esto no podía durar mucho, se decidió que el indicado para convertirse en piloto oficial del móvil, "Hermelindo", como lo bautizaron en la familia de los Rosa-Flores de Antequera, fue el hijo Lelo, que al decir de Don Pololo era muy noble y responsable, y seguiría cuidando del carro como los propietarios anteriores.
Para el adiestramiento final del nuevo driver, que había dedicado tres meses de estudio en la escuela de conducción y mecánica "Carlos Antonio López", se volvió a recurrir al tio Papi Cortázar, quien con paciencia franciscana sacrificó varios fines de semana como copiloto del nóvel conductor, hasta que este tomara confianza, pero casi siempre en el predio destinado para estos menesteres, el parque homónimo a la escuela de conducir.
Pero el gran momento estaba cerca, los días en que "Hermelindo" paseara su celeste figura por calles capitalinas debían llegar a su fin, y aprontar su partida hacia nuevas experiencias en los parajes polvorientos del norteño pueblo.
Luego del que pienso habrá sido un intercambio de parecer, con la decisión del heroico tío Papi, se programó el traslado de la máquina, vía terrestre, debiendo emprender el tortuoso raid hasta Antequera, para lo cual este debía comandar la travesía de 420 Km., que se componía de apenas 100 km. de asfaltado, y el resto hacerlo por caminos de tierra, debiendo sortear las incomodidades que esto acarrea, ya que no se contaba con el gélido confort del aire acondicionado, aspirando la roja bruma producto de las partículas desprendidas de nuestras incipientes vías, sumado al vértigo producido por los vaivenes del traqueteo, que harían vomitar a cualquier entrenado astronauta de la Nasa.
Aún tengo en la retina la imagen del esperado arribo de los partícipes de esta aventura, Lita, Ricardo, Don Pololo, y el comandante Cortázar, quienes llegaron con el cuerpo cubierto de roja polvareda; la impresión que causaban era de asombro, no sabías si eran vikingos o simples pelirrojos, por las características propias de estos que presentaban, con los helechos terracota que adornaban sus ojos, sus rostros cubiertos de pecas y el color de las hebras que cubrían sus cabezas, propias de los nórdicos.
Como era de esperar los viajeros llegaron peor que las condiciones del camino, con la masa ósea y muscular hecha piltrafa, con la única intención de extender toda su humanidad en algún mullido colchón, como la bella del cuento, para despertar por lo menos 15 minutos antes de la entrada del nuevo milenio, conste que faltaba casi un cuarto de siglo.
Pero la historia era diferente para el tío Papi Cortázar, sacando fuerzas del corazón que tenía mezclado con el estómago y otras vísceras producto del tour, quien luego de volver a la normalidad tras quitarse el disfraz de vikingo con el chapuzón que se dio en las aguas del río que divide en dos nuestro país, entregó al nuevo conductor, Lelo, un legajo de papel en el que se visualizaba el tablero del automóvil, preparado con destreza y paciencia de maestra parvularia, con las indicaciones propias para mantener un control de la velocidad, cantidad de combustible, temperatura del motor, presión del aceite y otros; sumado a los consejos sabios de todo conductor con kilómetros a cuestas, sin olvidar que la mano derecha servía preferentemente para realizar los cambios de velocidad, y en algunas ocasiones "acariciar a alguna pichucha" que serviría de acompañante.
Hasta aquí todo era color de rosa, la travesía había terminado, al otro día la vida continuaba, sería lúnes, día de retornar a las tareas cotidianas, lo que implicaba que el tío Papi Cortázar debía volver a Asunción para seguir con su vida, el retorno era obligado, y a menos de 3 horas desde su arribo emprendió la vuelta embarcado el el buque "Cacique II", que navegaba rumbo a la capital, restaban otras 12 horas de viaje, que a juzgar por las condiciones del "crucero", y alguna que otra gallina, cabra y ovejas que también hacían parte del pasaje, no serían en ningún caso muy diferentes al terrestre.
Como llegó el tío Papi Cortázar, no registra la historia, pero a juzgar por su característico buen humor, se sobrepuso, quizás esto sirva para otro capítulo, que pinta las condiciones humanas del protagonista principal, y que queda como anécdota.
NEGRO.
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