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Mis recuerdos del primer negocio del tío Pololo en la nostálgica Antequera de finales de los años 50’s

Foto del escritor: Victor MartinezVictor Martinez

Recuerdo con una mezcla de nostalgia y cariño los días en Puerto Antequera a finales de los años 50’s, cuando el primer negocio del tío Pololo comenzó a echar raíces.


Era una época en la que el tiempo parecía detenerse en ese pequeño rincón del mundo, casi olvidado tanto por Dios como por los hombres. Las calles de terracería eran testigos mudos de nuestra vida diaria de pequeños vacacionistas llegando al terruño materno, llenas de misterios, leyendas, silencios y de tantas historias que nos contaban nuestros mayores.


El tío Pololo era un hombre de no pocas palabras, y de gran energía y determinación. Su negocio, un almacén sencillo como todos los de la época, pero bien surtido, y que se convirtió rápidamente en el punto de encuentro de la comunidad antequerana. Recuerdo las estanterías de madera repletas de productos diversos, desde alimentos básicos, elementos de pesca, caza, telares, hasta herramientas, que parecían prometer soluciones a cualquier necesidad que surgiera. El aroma del lugar era una mezcla de especias, kerosen, nafta, galletas, de repente el aroma de los inolvidables cafés cebado al estilo turco, (especialidad del tio) y algunas veces de aroma de panes sobados provenientes del horno de la tía Blanca y el inconfundible olor de la madera vieja.


El río Paraguay, con sus tranquilas aguas, era el telón de fondo de nuestras vidas de niños.


Los estibadores trabajaban incansablemente, cargando y descargando las barcazas que navegaban río abajo y río arriba, trayendo consigo mercancías y noticias del mundo exterior. Era fascinante observarlos, con su fuerza y destreza, moviéndose al ritmo de las olas y la frescura de la brisa del rio y del comercio que mantenía viva a nuestra pequeña comunidad.


Los tíos y primos eran una presencia constante y vibrante en nuestras vidas. Todos colaboraban de alguna manera, ya fuera atendiendo a los clientes, organizando el inventario o simplemente compartiendo historias y risas que llenaban el lugar de una calidez inigualable. Había una energía especial en el aire, una sensación de estar construyendo algo significativo juntos, de ser parte de una familia e historias que se contaría una y otra vez.


Las calles de terracería, con su aspecto lacónico, eran más que simples vías de tránsito; eran el escenario de nuestras aventuras y descubrimientos. Cada rincón tenía una historia que contar, desde las huellas de las carretas o bicicletas que pasaban hasta los juegos que inventábamos con los primos. El sonido de nuestras risas y de nuestras voces resonaba en el aire, mezclándose con el murmullo constante del río, sus aromas, y el canto de multitud de pájaros de la región.


El negocio del tío Pololo no solo fue un medio de subsistencia, sino también un punto de conexión para todos nosotros. Enseñó a sus hijos, parientes, y laborantes el valor del trabajo duro, de la perseverancia y de la importancia de la colectividad. En esos días, aprendí que un negocio no es solo un lugar donde se intercambian bienes, sino un espacio donde se tejen relaciones, se comparten sueños y se construyen recuerdos.


Recuerdo con especial afecto las tardes en las que el tío Pololo contaba anécdotas de su juventud, historias que siempre llevaban consigo una enseñanza y que resonaban con la sabiduría de alguien que había vivido intensamente. Sus relatos, envueltos en la calidez y entusiasmo de su voz, eran una ventana a un mundo de quimeras, aventuras y aprendizajes.


Antequera, con su ambiente tranquilo y sus paisajes pintorescos, siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Los silencios de sus calles, sus largos y lacónicos rojos atardeceres de verano y la calma de sus aguas siguen siendo un refugio en mi memoria, un recordatorio de tiempos más simples y de la riqueza de las experiencias compartidas. El primer negocio del tío Pololo fue el inicio de una era, una época inolvidable que siempre recordaré con cariño y gratitud.


En cada visita a Antequera, encuentro un pedazo de mi historia, una conexión profunda con mis raíces y un recordatorio de que los momentos más simples y genuinos son los que verdaderamente perduran en el tiempo.


En memoria de la vieja imagen de mi querido hermano Lalo, compartida en esta tarde del 27 de Junio del 2024.


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