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Las Hermanas Flores Eisenhut

Raúl Rosa Flores

Corría el año 1948, el Paraguay trataba de superar los traumatizantes sucesos que habían afectado a toda la sociedad con motivo de la gran revolución interna que enfrentó a los connacionales, en la lucha por el poder en el año 1947.

Antequera no estaba alejada de esta realidad. En el seno una familia de clase acomodada, descendientes de inmigrantes Austro-húngaros-sajones-argentinos, vivían las hermanas Flores Eisenhut; jóvenes que estaban saliendo de la adolescencia, surgidas de ese crisol de razas; forjadas bajo una férrea formación Húngaro-alemana, y templadas por el trabajo honesto y voluntarioso, a la sombra y protección de sus ascendientes, que luchaban contra las adversidades para consolidar un porvenir a su prole.

Estas doncellas se distinguían en el pueblo por sus rasgos físicos, que no podían ocultar sus marcadas raíces anglosajonas. Tenían la tez nívea, aterciopelada, con los rizos rubicundos, y unos ojos claros indescriptibles, que no disimulaban su estirpe.

Pero estos rasgos físicos quedaban opacados ante el garbo, la prestancia, la energía, el carácter, y las ganas de vivir que las adornaban. Siempre regalaban una sonrisa, eran briosas como corceles, demostraban una gracia inigualable en las actividades que realizaban. Nadaban como sirenas, eran avezadas amazonas y eran interlocutoras insustituibles para una charla amena, por sus conocimientos y lo agradable de sus diálogos.

Siempre estaban dispuestas al trabajo, realizaban tanto las tareas del hogar como las actividades propias de la actividad comercial de la familia. Poseían una formación religiosa cristiana con marcada tendencia anglicana, impuesta por sus progenitores. Tenían la convicción de que la ventura se fraguaba con estos valores, que cimentaron su formación integral.

Estos atributos no podrían pasar inadvertidos para cualquier persona que pudiera haberlas conocido, ya que son rasgos y valores inmutables, que hacen que la progenie subsista y pueda superar cualquier obstáculo. Son cualidades que hacen que las mujeres sean atractivas para el sexo opuesto, que por una razón natural busca perpetuar la especie.

Estas habrán sido las cualidades que observaron sus esposos (sin pensarlo) cuando las conocieron, y que hicieron que se enamoraran de ellas. Sumadas a las demás que habrán ayudado a consolidar ese amor, descubriendo con el tiempo, su estoicismo, su abnegación, compañerismo, y lealtad, sin dejar de disfrutar las delicias carnales del amor marital; en las que cimentaron tantos años de matrimonio.

Por suerte estas características siguen intactas, y podemos disfrutar de ellas, pese al paso del tiempo, y con el agregado de la sabiduría que dan los años.



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