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Las carneadas de mi pueblo...

Raúl Rosa Flores

Relatadas desde atrás del mostrador del viejo almacén de mi padre.


Es lindo recordar las cosas que uno vivió de niño, experiencias imborrables, marcadas a fuego, y que quedan para siempre en el recuerdo.


Los años nos ponen nostálgicos, y nos hacen recordar lo que uno vio y aprendió, como en mi caso, en ese escenario por donde pasaban muchas cosas, como en una obra de teatro, no de ficción; como en este caso.


La carneada es una tradición rioplatense heredada e impuesta por los inmigrantes europeos como tradición en esta parte del mundo, y también en la lejana Puerto Antequera de mi niñez.


El proceso comenzaba con la cría de los cerdos, su alimentación, engorde, selección de los que serán mas aptos para ser consumidos, y eran seleccionadas las hembras machorras, o machos que no sean chiclánes; las primeras porque no servían para criar cerditos, y los segundos porque su carne tenían un fuerte olor a salitre y urea, por la criptorquidia que tenía el animal, y eran sacrificados siendo lechones para su consumo.


La carneada era una actividad casi social, pues involucraba a algunos vecinos o allegados a la familia para sacrificar a la res, o reses en muchos casos, y obtener de ellos los productos de la faena y procesarlos.


Eran aprovechadas todas sus partes para su consumo, procesados como chacinados o como carne fresca. El cerdo tiene esa particularidad, se consume desde la cabeza hasta la cola, y desde la piel hasta las tripas, sin olvidar la sangre como morcilla o mbusia.


Hoy, a muchos años de aquella época me vienen recuerdos de dos Señoras que solían realizar estas carneadas, y a quienes las recuerdo con cariño por la pasión que le ponían a su actividad para ayudar a sus familias para el auto sustento, o la venta de sus chacinados como producto de renta familiar.


Son inolvidables las carneadas de la Sra. Charlotte Kück (Lotte o Loty como se la llamaba cariñosamente), y Doña Pabla de Rivarola (Doña Pablita). Ambas eran las elegidas por mi padre a la hora de comprar su productos, por la confianza, calidad e higiene de sus productos.


Cada una de ellas tenía su particularidad a la hora de procesar los productos de la carneada. Estas particularidades estaban marcadas por su ascendencia. Alemana la primera, y española/paraguaya la segunda.


La carneada empezaba cuando estas señoras iban hasta el negocio de mi padre y les anunciaban que iban a sacrificar el animal.


La oferta generalmente la hacían anunciando que faenarían un chancho de 2, 3 o 4 latas de grasa. La experiencia les hacía saber cuantas "latas de grasa" obtendrían del animal. Latas de cinc galvanizado, de forma cúbica con tapa hermética, que para el efecto se vendía en el almacén de mi padre, en la que entraban 16 kgr. de grasa.


En ese mismo instante, mi padre junto a mi madre, hacían las reservas de lo que que iban a comprar. Un "i cuarto kue" y grasa, común para ambas; y paté de hígado, chorizo ahumado y jamón crudo ahumado de Lotte. Y chicharrón huitī y butifarra, de Doña Pablita.


Estas señoras eran unas expertas en la preparación de estas delicias porcinas por su ascendencia, con recetas que habían heredado, y que habrán pasado de generación en generación.


Es lindo mantener estas tradiciones.


No se que habrán sido de las recetas del paté de hígado, el chorizo ahumado, y el jamón ahumado de Lotte; así como la receta de las butifarras de Doña Pablita. Espero que algún familiar lo haya heredado, y algún día me invite.


Hoy solo son recuerdos de LAS CARNEADAS DE MI PUEBLO, relatadas desde atrás del mostrador del viejo almacén de mi padre.







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