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La noche del terror

Foto del escritor: Raul Gustavo Martinez FloresRaul Gustavo Martinez Flores

Basado en hechos reales, vividos por yo mismo La noche caía sobre el Paraná.

Una densa bruma cubría el ancho río, cuyos islotes emergían, como hongos flotantes, verdosos y dispersos en el espejo del agua.

Los pescadores regresaban al puerto de Ayolas antes de oscurecer, temerosos de los cientos de mitos que navegan sobre el río, respetando con obediencia a la enorme y caudalosa serpiente hídrica que podía ser dueña de la vida y de la muerte de quienes tocaban sus aguas.

hovatavy ko Paraná… iporante ya respetá…decían los lugareños..

El pueblo estaba bullicioso, mucha gente caminaba por su única y principal calleja; marineros, refrescas, turistas, pescadores y cientos de personajes daban vida a la nueva noche, que comenzaba a encender sus luces con infinidad de carteles luminosos y con sus cómplices sombras.

La cantina estaba llena de parroquianos. La música tropical rayandome de Binomios sonaba triste. Aun asi había alegría en la divertida noche.

Cuando de repente…..

La noche se oscureció a pesar de la misma noche. Un zumbido extraño invadió el cielo. La gente salió a la calle de tierra roja y polvorienta. Todos miraban hacia arriba, asustados y confusos.

Una lluvia negra y doliente, con grandes trozos crujientes se les vino encima

Che Dio Santo mba`epiko koa… gritaban todos ¡! Fin del mundo…fin del mundo!!

Un ruido espantoso y ensordecedor hizo temblar la calle y los techos. Los lugareños huían despavoridos a sus casas, cerrando puertas, persianas y cortinas. Los niños lloraban, hombres y mujeres gritaban; los viejos rezaban.

Una invasión tenebrosa de millones de crocantes escarabajos, que, enloquecidos por las brillantes luces, chocaban ciegamente contra el pueblo, contra cada farol o cada foco de salón. Proyectiles vivientes y terroríficos trajeron el caos al puerto, cubriéndolo poco a poco por aire y tierra con una gran alfombra espeluznante y movediza.

Las luces se apagaron, las puertas se cerraron, los habitantes se escondieron. Se calló la música. Se calló el griterío. Un silencio ruidoso se sentía.

El horrible siseo metálico de los insectos invadía al oscuro pueblo como un manto con extraños movimientos, iluminado por una brillante luna, resplandeciendo sobre sus corazas con millones de destellos terroríficos.

La noche del castigo… como la llamarían después, fue interminable.

Las luces apagadas, fue una invitación para que los invasores abandonaran el lugar en un vuelo colectivo y extraordinario.

Los habitantes temerosos salían a la calle, miedosos y curiosos, algunos ya con escobillón en mano barriendo con asco y violencia a los indeseados visitantes y otros en la oscuridad pisando y aplastando con estremecedores ruidos a los insectos retrasados. Algunos huían en camiones, lejos del pueblo, crujiendo bajo sus pasos como pisos de cristal.

Las puertas se abrían, las capillas se llenaban.

Dos infartados y un suicidio.

Amanecía en el río Paraná, la luna se escondía. La bruma se levantaba.



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