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LA CHACRA DE DOÑA CANDÉ.

Raúl Rosa Flores

Actualizado: 24 nov 2023

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Llegar hasta el viejo y umbroso Tarumá al lado del rancho, para reponer la ofrenda de caña, miel y "cigarro poguasu" entre sus ramas para el "Karai pyhare"; daba inicio a la experiencia mística llena de misterios que sólo se puede experimentar con la inocencia de niño y el contacto con la naturaleza.


Todo comenzaba con la invitación de nuestras vecinas Feliciana y Dominga, para ir de paseo a la "Chacra" de su tía, Doña Candé, a mis hermanas Zully y Miriam; y a mí.


La aventura se iniciaba en las siestas, luego del almuerzo, cuando partíamos tomando el viejo camino conocido como "Tapé Guasu". Aquel antiguo camino precolombino que ya usaban los nativos, abandonado por el progreso y el nuevo trazado de la ruta abierta por tractores y motoniveladoras que lo dejaron en el olvido.


El entorno se hacía cómplice para que junto a Doña Candé, luego de pedir permiso al "Karaí Pyhare", nos adentraramos a recorrer los parajes de la finca.


Mientras íbamos caminando por el "Tape Guasu", bordeado por un frondoso y agreste follaje, nos contaba como por ese mismo camino habían transitado el Mcal. López con los últimos soldados de su diezmado ejército, junto a "Las Residentas" y algunos niños, en La Guerra Grande.


Nos iba mostrando los vestigios de las trincheras, de las últimas batallas antes de llegar a Cerro Corá, que seguían abiertas como una herida, y testigos mudos del sufrimiento de un pueblo que se resignaba a desaparecer.


Nos iba contando que en esos parajes habían sido enterrados los tesoros del Mcal. López; oro y joyas que eran transportados en carretas, por temor a que caigan en manos del enemigo, conocidos como "plata yvyvy", que solo podían ser encontrados y desenterrados por almas nobles y buenas; y que por ello debíamos estar atentos, ya que podíamos ser los elegidos, y en tal caso no sería raro que veamos salir de la tierra una gruesa cadena cuyos eslabones solo podían ser vistos por los elegidos.


El paisaje era mágico, lleno de historias; y los paseos toda una aventura que servían para conocer el sufrimiento y las penurias que pasó nuestro pueblo, narrados con lujo de detalles en la epopeya tal como nos iba relatando Doña Candé.


Pero el tiempo es tirano.


Hoy luego de décadas de aquellos paseos, tras andar otros caminos y haber escuchado y leído otras versiones de la misma historia, contadas y narradas por doctos en la materia, sigo recordando las enseñanzas de Doña Candé.


Me resigno a creer que por aquellos parajes del "Tape Guasu" no hayan pasado el Mcal. López con su diezmado ejército junto a Las Residentas, por estar lejos del camino a Cerro Corá.


Me resigno a creer que esas trincheras que siguen abiertas, no son otra cosa que pequeños surcos que dejan las aguas después de cada lluvia.


No pierdo la esperanza de visualizar los eslabones de las gruesas cadenas que indican que ahí está oculto uno de los tesoros del Mcal. López.


Los libros de historia y la ciencia no podrán borrar las historias contadas por Doña Candé.


Gracias por los paseos. Gracias por las historias.

Gracias por hacernos felices.


Porque para ser feliz hay que ser un poco niños, y la niñez se mide por los sonidos, los olores y la vista, antes de que llegue la oscura hora de la razón que trae el conocimiento.


Gracias Doña Candé.



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