Era una de esas tórridas noches de verano.
El paquebote surcaba suavemente las mansas aguas del curso fluvial, dejando a su paso su espumosa huella que bamboleaba como jugando con los verdes camalotes que contemplaban atónitos el paso del castillo flotante que iba iluminando en forma tenue la rivera.
El apuesto joven, que formaba parte del pasaje, tras recorrer los recovecos del buque, tomó una de las escaleras de metal que lo conduciría a la cubierta superior con el fin de disfrutar de la suave brisa que allí se sentía.
Al llegar, lo primero que divisó fue la incomparable circunferencia del plenilunio paraguayo, que se iba ocultando entre los palmares del grandioso Chaco; y en medio de esa aureola luminosa, la cimbreante figura de una joven que dejaba ver su curvilínea figura recostada en la borda, filtrada por un translúcido vestido de percal que marcaba sus bellos atributos femeninos.
El paisaje continuaba inquebrantable, con una inexplicable mezcla de apacible quietud y algarabía que hacía placentero el viaje.
El entorno se hizo cómplice, y no tardó mucho para que los jóvenes rompieran el silencio, con el infaltable “que calor hace, ….”, que precede a toda interacción entre dos personas que unen sus soledades en complicidad con el entorno, acelerando sus latidos, en un éxtasis incontenible de juventud desbocada.
El buque seguía su curso.
Los jóvenes no alcanzaban a vislumbrar lo real de lo etéreo.
La suave y fresca brisa erizaba el trigueño torso de la dama, dejando vislumbrar ese par de maduros frutos de fresas, con sus pedúnculos despuntando y marcados en ese vestidito de fino percal, iluminado por los rayos plateados de la luna de aquel verano, que se presentaban como una tentación incontrolable para su ocasional acompañante.
Así fue como había nacido aquél amor fugaz entre uno de los pasajeros que había abordado en uno de los puertos de la travesía, y una joven que venía desde Concepción rumbo a la Capital.
Muchas historias como esta... unas de amor, .... otras de familias enteras que viajaban por las vacaciones, .... y de tantas otras personas que se trasladaban con la "Flota" para llegar a sus destinos, muchos las habrán vivido.
Los que tuvimos la oportunidad de viajar y disfrutar de un viaje en cualquiera de estos buques gemelos, guardamos en nuestras memorias muchas de estas historias.
Es imposible olvidar aquellos buques y aquellos viajes.
Es imposible olvidar las comodidades con que contaba; muy avanzadas para su época.
Contaba con camarotes equipados con mullidos colchones de "spuma" (cuando el promedio de la población ni la conocía), aire acondicionado, música funcional, teléfono en cada habitación, ...... amplios corredores, Restaurantes de primer nivel con acondicionador de aire y música funcional, y una gastronomía a la altura de los mejores lugares de la Capital.
Su infraestructura era única e inolvidable.
La historia narrada sobre aquel joven y aquella joven de aquella noche de verano, la había escuchado de boca de un par de Señores que estaban sentados a mi lado, Despachantes de Aduanas ellos, en la barra del barcito ubicado dentro de la Fiambrería Alemana II, ubicado sobre la calle Montevideo c/ Pdte Franco de Asunción.
Cómo terminó la historia ya no pude escuchar, porque yo ya había terminado mis croquetitas picantes y un par de manijas de chopp y tenía que volver a mi hogar.
Lindo fue haber escuchado, y rememorar viejos tiempos y esa HISTORIA NO CONTADA DE LA FLOTA.
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