Ese que ha visto y divirtió a generaciones de niños antequeranos y foráneos, ese que altivo ostentaba su figura en la plaza General Samaniego a orillas del manso río Paraguay, ese que habrá sido mudo testigo de tantas citas amorosas, ese que habrá escuchado tantas promesas de amor prodigada por los tórtolos que en su entorno paseaba, sí, ese, al que todos conocimos, ese que estás viendo en la foto, es a ese al que me quiero referir.
Recuerdo que en una noche de luna llena, similar a esas de cuentos de Luisones, estando por Antequera, quise establecer una comunicación con mi familia en Asunción vía celular. Era la época de los celulares tipo ladrillos, de esos enormes aparatos que por ese tiempo solo tenían señal en algunos lugares privilegiados. Algún lugareño y conocedor de los sitios del pueblo me dijo: “si recorrés por la rivera, quizás hacia la plaza, pero manteniendo tu celular en alto, tal vez puedas obtener alguna señal”.
Hice lo que me recomendó el amigo y como esos que invocan a los espíritus, con la mirada al cielo y el celular en alto, recorrí la calle de la costanera hacia la plaza en busca de mi objetivo.
Al llegar a la misma, noté que el aparato marcaba una tenue lucecita que me indicaba que podría obtener éxito en mi búsqueda.
Ya en la plaza me encontré con mi primo Adalberto, el hoy Obispo, quien me preguntó: “que estás haciendo con la mano en alto como invocando a los dioses” le respondí: “estoy buscando señal de celular".
Acto seguido él llevó la mano al bolsillo, sacó su celular y juntos iniciamos la búsqueda de un lugar que tuviera la mejor señal para hablar. Mientras yo iba para un lado y él para otro, al rato lo vi al monseñor en la punta del viejo tobogán, parado firme como estatua. Le pregunté: “qué hacés allí” a lo que me respondió: “Aquí está la mejor señal".
Tenía unas ganas de sacarle una foto para perpetuar ese momento, ¿quién podía imaginar a un “Paí guasú” parado en la punta del viejo tobogán hablando por celular?
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