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El Tintinear del Tiempo: Homenaje a Chiki en su 67º Cumpleaños

  • Foto del escritor: Victor Martinez
    Victor Martinez
  • 11 mar
  • 4 Min. de lectura

En cada familia hay objetos que, con el paso de los años, se convierten en guardianes de la memoria. En la nuestra, uno de esos testigos silenciosos era el viejo reloj del abuelo Tumpling. Maravillosos relojes de sobremesa Art Déco alemanes fabricados por Junghans a principios de la década de 1930. Este reloj Bauhaus resalta la calidad y el carácter alemanes. Su penduleo pausado y constante marcaba el compás de nuestras infancias, uniendo en su tic-tac las generaciones que pasaron por el patio de la abuela Ana, en el entrañable barrio Sajonia.

Ese sonido, metálico y a la vez cálido, era como un latido que acompañaba nuestras travesuras, las meriendas en la mesa grande y los juegos bajo la sombra de la inmensa parralera que cubría parte del patio interior de la casa y bajo cuyas ramas transcurrían muchas de nuestras vidas de niños en tiempos de verano. Al dar las horas, su eco se mezclaba con las risas de los primos, con el ruido de los autos en la calle y con el inconfundible silbido del afilador que pasaba de vez en cuando. Entre esos recuerdos, hay uno que hoy nos reúne con especial cariño: la celebración de los 67 años de nuestro primo hermano Chiki.


Infancia en el patio de la abuela Ana

Aquel patio era nuestro pequeño universo. Bajo el sol del verano, el aroma dulce y penetrante de los guayabos maduros impregnaba el aire, mientras los huertos de la abuela rebosaban de tomates, lechugas y otras delicias que nosotros, pequeños bandidos, hurtábamos con la emoción de quien roba un tesoro. Las gallinas correteaban a su antojo, esquivándonos cuando intentábamos atraparlas en algún juego improvisado.

Pero lo que de verdad anclaba ese espacio en mi memoria era el aroma inconfundible de la cocina de la abuela. Allí, sobre el fogón, siempre hervía una olla con alguna receta de sus ancestros. Ninguna, sin embargo, tan legendaria como la sopa de harina quemada, un plato sencillo y humilde, pero con un sabor que nos envolvía en calidez y nostalgia, como si con cada cucharada recibiéramos el abrazo de generaciones pasadas.

En ese patio de maravillas, también a la sombra de este otro árbol, “de porte medio originario de Asia, con follaje caduco, copa amplia y aparasolada, y cuya variedad sombrilla es muy requerida por la densa sombra que proyecta y que en  primavera se cubre de delicados racimos de fragantes flores violáceas de forma estrellada”, al que lo conocíamos como “paraíso”, fue también testigo de nuestras travesuras, donde nos transformábamos en exploradores, tarzanes colgándonos de las ramas más resistentes, cowboys, futbolistas jugando partidos improvisados con cualquier pelota que encontráramos, y a veces, hasta en pequeños bandidos tramando alguna travesura que nos haría correr a escondernos antes de que los adultos nos descubrieran.


Chiki: el Niño bien de la familia

En medio de ese torbellino de aventuras, Chiki siempre fue un personaje peculiar. No porque se apartara, sino porque lo hacía con estilo. Tenía esa timidez elegante de "Niño bien", el que nunca se ensuciaba demasiado, el que llevaba su camisa bien puesta y los zapatos bien atados, aunque estuviera en la misma carrera desenfrenada que todos nosotros.

Si había alguna broma subida de tono, Chiki se sonrojaba y sonreía con esa discreción suya, midiendo sus palabras con una pausa que contrastaba con la algarabía del grupo. Pero su risa, cuando escapaba, era genuina y contagiosa, como si por un momento olvidara su naturaleza reservada y se entregara por completo a la alegría infantil.

Los viajes a Puerto Antequera

Uno de los recuerdos más vivos de nuestra infancia fue el viaje de vacaciones a Puerto Antequera. A bordo del legendario barco “Pingo” que surcaba el río Paraguay, nos sentíamos exploradores de un mundo nuevo, con la brisa en la cara y el murmullo del agua acariciando la embarcación. Chiki, fiel a su estilo, con su rubia cabellera viajaba siempre bien peinado y su ropa impecable, mientras que el resto de nosotros, quienes vivíamos en Oviedo,  apenas zarpábamos, ya estábamos casi descalzos, con los pantalones cortos, rodillas con cicatrices blanquecinas, producto de mil heridas de juegos, y ansiosos por la próxima aventura.

Aquellas travesías eran una prolongación de nuestra infancia libre y feliz. Al llegar a destino, nos lanzábamos al agua con la energía inagotable de los niños, mientras los mayores nos llamaban para que no nos alejáramos demasiado. Chiki nos seguía, con menos prisa, pero con la misma emoción contenida en su sonrisa.


El tiempo y la familia

Hoy, mientras celebramos su vida, es imposible no pensar en cómo el tiempo ha ido marcando su ritmo, como aquel viejo reloj del abuelo Tumpling. Su tic-tac nos recuerda que la infancia sigue viva en cada uno de nosotros, que los años no han borrado los lazos que nos unen, sino que los han fortalecido con nuevas historias y aprendizajes.

Chiki sigue siendo ese primo entrañable, con su sonrisa tranquila y su presencia serena, un pilar de la familia, un hermano de la vida. Su andar pausado, su manera de escuchar antes de hablar, su capacidad de reunirnos en torno a los recuerdos compartidos... todo en él es testimonio de una historia que seguimos escribiendo juntos.

Querido Chiki, que este nuevo año te traiga tantas alegrías como las que hemos compartido a lo largo del tiempo. Que la memoria de aquellos días felices en Sajonia y en el río siga iluminando tu camino, y que el tintineo de nuestro amor familiar continúe marcando el compás de tu vida.


¡Feliz cumpleaños!












 Viaje en el Pingo, rumbo a Antequera

 
 
 

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