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El Buen Amigo

Foto del escritor: Victor MartinezVictor Martinez

El barrio Sajonia, uno de los más tradicionales de Asunción, evoca una nostalgia impregnada en cada una de sus calles empedradas, donde las antiguas casonas de finales del siglo XIX y principios del XX narran la historia de un tiempo que se resiste a desaparecer. Sajonia, por alguna razón, fue el hogar de muchas familias migrantes europeas, los Gamel, Raverí, Savorgnan, Trotte, Eisenhut, Heisecke, Tumpling, Schaerer, Guggiari, Pratts, Guillen,Cacavelos, Scapini, Rottela, Roig y tantos otros y cuyo legado cultural, familiar, y arquitectónico aún se respira en el ambiente.

 

En medio de ese entorno, había un lugar que destacaba en la vida cotidiana del barrio: el almacén "El Buen Amigo" de Don Melo Raveri. Para muchos niños de la época, este pequeño comercio era mucho más que un almacén, era un punto de encuentro, un refugio lleno de historias y aventuras. Don Raveri, el dueño, era un hombre de aspecto robusto, siempre con una sonrisa y una disposición amistosa, que lo hacía parecer parte de la familia de cada uno de sus clientes.


 Un lugar lleno de vida

Recuerdo las veces que, siendo niño, corría con unas pocas monedas en la mano, enviado por mi madre a comprar el pan del día o algunos comestibles. Al entrar al almacén, los olores eran una mezcla maravillosa de especias, pan. galletas, café recién molido, yerba mate, y dulces en frascos de vidrio. Las paredes del lugar estaban forradas de estanterías de madera donde se alineaban latas de conserva, galletas, telas, jabones y artículos que parecían haberse detenido en el tiempo.

 

El viejo mostrador de Don Raveri era un lugar especial y llena de misterios a nuestros ojos de niño. Allí se congregaban los vecinos del barrio, intercambiando noticias del día o debatiendo sobre los acontecimientos más recientes, mientras los niños nos entreteníamos con las curiosidades del lugar. Don Raveri tenía siempre un caramelo extra para regalar o una historia que contar sobre su infancia o algún lugar lejano de Europa, lo que hacía volar nuestra imaginación hacia esos mundos distantes.

 

Las tardes en Sajonia

Las tardes en Sajonia tenían una magia única. A lo lejos se veía el río Paraguay, que serpenteaba con su calma infinita, o las campanadas de la iglesia de Parroquia Virgen del Rosario, llamando a misa, mientras los niños jugábamos en las calles sin preocupaciones. Las familias salían a caminar por el barrio, y era inevitable pasar por "El Buen Amigo" de Don Raveri, ya fuera para comprar algo o simplemente para saludar. El almacén no era solo un comercio, era el corazón social del barrio, donde las historias de las familias migrantes se entrelazaban con las vidas de los lugareños.

 

Don Raveri: El buen amigo de todos

Don Raveri, junto a su esposa doña Toribia, tenían la habilidad de hacer que cada persona que entraba en su almacén se sintiera especial. A veces, se detenían a dar algún consejo sabio, y otras, nos dejaba quedarnos a jugar con las balanzas o a observar cómo cortaba el queso y la mortadela con precisión. Éllos eran amigos y consejeros de todos, siempre dispuestos a ayudar a quien lo necesitara, pilares fundamentales en la vida de Sajonia.

 

Un legado imborrable

Hoy, al recordar el almacén "El Buen Amigo", me doy cuenta de que lo que lo hacía tan especial no era solo el lugar, sino el sentido de comunidad que creaba. En un mundo que ha cambiado tanto desde entonces, esas memorias de la niñez, de la sencillez de la vida de barrio, siguen siendo un refugio al que regresar. El barrio Sajonia, con sus residencias centenarias y su gente, sigue siendo un testigo de una época dorada, donde lugares como el almacén de Don Raveri tejían el entramado de la vida diaria y la convivencia.

 

Esos recuerdos, aunque llenos de la melancolía de tiempos pasados, también nos recuerdan la importancia de los vínculos que construimos en nuestra cotidianidad y cómo los pequeños gestos de amistad y generosidad, como los de Don Raveri y doña Toribia, pueden marcar la diferencia en nuestras vidas.


El Poste de Luz en la Esquina: Punto de Reunión en el Barrio Sajonia

En la esquina frente al almacén "El Buen Amigo" de Don Raveri, se alzaba imponente el viejo poste de luz, una estructura metálica que, aunque sencilla, se convirtió en el centro de nuestra niñez en el legendario barrio Sajonia. A medida que caía la noche y las luces del barrio se encendían, el resplandor amarillo y cálido que irradiaba el poste servía como faro y escenario para nuestras aventuras infantiles.

 

Ese poste, en medio de la calle empedrada, era más que una simple fuente de luz. Se transformaba en nuestro punto de reunión, un sitio casi mágico donde las risas y los juegos llenaban las tranquilas noches del barrio. En esa esquina, bajo la luz parpadeante, transcurrían horas de algarabía. Acompañados por la tranquilidad de Sajonia y las suntuosas casas que observaban silenciosas, nosotros, los niños, nos apropiábamos del espacio.

 

Los Insectos Nocturnos: Compañeros de Aventura

Alrededor del poste, la luz atraía a toda una legión de criaturas nocturnas: chinches de agua, polillas, escarabajos y otros insectos que revoloteaban en fascinante caos. Para nosotros, no eran simples bichos, sino protagonistas involuntarios de nuestros juegos. Algunos competían por atrapar la chinche más grande o el escarabajo más raro, mientras otros simplemente observaban cómo los insectos dibujaban pequeñas sombras en el suelo.

 

Las polillas, con sus movimientos erráticos, parecían danzar en el aire como si también estuvieran disfrutando de la fiesta de luces. Eran tan parte de nuestras noches como los juegos de escondidas, tuka´e, matraca, trompos, papel o tijera, canicas, o las historias inventadas que contábamos para asustarnos mutuamente.

 

Las Noches de Sajonia: Juegos y Amistad

Cada noche, el poste de luz reunía a la pandilla del barrio. Algunos venían con sus rodillas raspadas y los bolsillos llenos de canicas, otros con algún balón desinflado que aún servía para un improvisado partido de fútbol. Las noches eran largas, y el tiempo parecía detenerse bajo la cálida luz que iluminaba nuestras caras llenas de emoción. Las preocupaciones eran pocas; nuestros mundos giraban en torno a las risas, las carreras por la calle y los retos de treparnos al poste, en esa libertad de desprendernos de la mirada de nuestras madres o parientes mayores.

 

El Poste: Testigo Silencioso

Ese viejo poste, testigo inmutable de tantas noches inolvidables, se mantuvo firme mientras crecíamos. Año tras año, bajo su luz, cambiaban nuestras conversaciones y nuestros juegos. Lo que comenzó como carreras infantiles y juegos con insectos nocturnos, se transformó en charlas sobre sueños y anécdotas de adolescencia. Aun así, el poste de luz siguió siendo el mismo, imperturbable, alumbrando nuestras risas, y a veces, nuestras pequeñas penas.

 

El Fin de una Era

Con el paso del tiempo, todos crecimos, algunos emigramos para otros barrios, o pueblos del interior, (Coronel Oviedo, Antequera) y las noches junto al poste se volvieron menos frecuentes. Algunos se mudaron, otros se adentraron en nuevas responsabilidades. El poste de luz, sin embargo, seguía allí, iluminando la esquina frente a "El Buen Amigo", esperando por nuevos niños que vinieran a jugar bajo su resplandor, como lo habíamos hecho nosotros.


Hoy, cuando paso por esa esa esquina del barrio Sajonia frente al almacen de Don Raverí, no puedo evitar sonreír al recordar aquellas noches mágicas llenas de inocencia. Ese poste de luz, con su destello nostálgico, sigue siendo, en mi memoria, el centro de un mundo que nunca olvidaré. Un mundo en el que, bajo su luz, fuimos más libres, más felices y donde, por unas horas cada noche, éramos los dueños de la calle y de nuestras pequeñas aventuras.










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