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De cuando conocí el rojo

Foto del escritor: Gustavo Raul Martinez FloresGustavo Raul Martinez Flores


El pueblo estaba siendo azotado por una feroz tormenta.


La noche se iluminaba con los grandes destellos de los infernales relámpagos. La tierra temblaba. Nuestro techo de “esternit” crujía y filtraba tanta agua como agujeros tenía ya producto de varias granizadas. El foco de 60 se apagó con el primer ventarrón, como en todo el pueblo, quedando a oscuras y a merced del meteoro.


A mis cinco años estaba sentado en la cama junto a mis hermanos y mis padres; refugiados, temerosos de los truenos y relámpagos y en absoluto silencio. Estaba descubriendo que el mundo tenía sus cosas.


La cama estaba ubicada estratégicamente donde no goteaba y era cuestión de esperar que el castigo del cielo pasara. El tiempo estaba enojado, demostrando todo su rugir con rayos y centellas.


En medio de los apocalípticos estruendos escuchamos unos gritos desesperados que provenían de la calle. Papa entreabrió la puerta, entrando más agua de lluvia y viento a nuestra única pieza. Aun así papá escucho que la mujer seguía gritando. Esta vez escucho más claramente que una señora gritaba desesperada y en medio de la noche oscura: Chuuulaaa Chulaaaa Chulaaaa!!! Llamando a mi madre por su nombre¡!


Papá grito a su vez: Chula, veniii, alguien está gritando tu nombre. Mama se levantó desesperada y enfrentando la ventisca salió a la furiosa tormenta y cuando el relámpago lo permitía reconoció a su madre, nuestra abuela Ana, perdida en la noche totalmente mojada y desorientada, trastabillando en medio del lodazal.


Mamaaaa aquí estoy!!! ¡¡¡Aquí!!! ¡¡Gritaba Chula, y dirigiéndose a nosotros nos dijo… es la abuela Ana!! Dios mio ¡


Apenas la arrastraron hasta la pieza, cayó desvanecida. Asombrado, yo seguía descubriendo que el mundo tenía más para mostrar, viendo a mi robusta y empapada abuela desparramada en el piso y con sus bultos descuajeringados por toda la lecherada, también mojada por las goteras.


Entre las cosas que habían caído del bolsón de tela de mi desmayada abuela, rodaron bajo la cama y otras debajo de la mesa unas curiosas frutas de extraño color.


Sin mucha atención a lo sucedido con mi escandalosa abuela que venía en inesperada visita desde Asuncion y sin GPS , me concentré indolente en la bolsa del tesoro, lleno de regalos .Tomando una de esas frutas que traía mi abuela Ana y mostrándole a mi mama le pregunté:

Mbae koa she sy? ¡¡eso se llama Manzana!! me dijo, mientras secaba a la mole humana ya sentada y en recuperación ¡papa también secaba el piso y mis hermanos ya comían apresuradamente las manzanas sin tantas preguntaderas.!!


Y que color es la manzana ¿volví a preguntar. Ese color se llama rojo me dijo mami.


Ahí conocí la manzana y el color rojo con mis sorprendidos ojos daltónicos.


Mi pueblo era de color marrón. Color polvareda. el único color diferente era el amarillo. Las frutas del Paraíso maduro, el camión de la ovetense, las guayabas y las flores. Después no existían colores. Todo era color polvo.


La manzana es una fruta para regalo deseando salud y hasta si se quiere presumida y aunque no me apetezca mucho, siempre es atractiva a la vista y dura bastante en la frutera y ya era famosa desde las primeras historias de la creación. Y abuela Ana Eisenhut nos había traído de Asunción.


La borrasca se alejaba hacia el este, con truenos cada vez más apagados.


Y me había quedado la curiosidad de como seria la increíble planta de la manzana que con solo estirar las manos se podría arrancar una valiosa manzana. Tal vez también los rusos pensarían lo mismo de cómo sería una planta de greifu o mandarinas.


En la bella Virginia del Norte un mi primo norteamericano llamado Agustín me preguntó: ¿que tu querer conocer primo en tu vida? en un lenguaje casi de Tarzán.


Le contesté: quiero conocer la planta de manzana. Quiero viajar en un crucero por los mares y quiero conocer Paris.


Me respondió: mí solo poder cumplir un tu deseo: ¡¡conocer la planta de manzana!!


A la mañana temprano en un soleado y hermoso día íbamos placenteros en un maravilloso paseo por las campiñas de West Virginia, tierra de montañas azules, pavos y manzaneros, escuchando la apropiada música de John Denver.


Llegamos a un campo inmenso de plantaciones en interminables hileras de plantas repletas de deliciosas manzanas que bordeaban la apacible ruta.


Parà..paraaa!! le exigí a mi primo. ¡¡Quiero recoger una manzana con mis manos!! le dije

Lo sientou primou, eso es delitou me dijo Agustin. ¡¡¡ Jajaja hay cámaras!!!


Ñamechu ¡! lamenté con mi frustrado deseo latino de apropiarme furtivamente una manzana roja y madura.


De todas maneras, llegamos a la granja campestre y tomando una cesta autorizada fuimos a la plantación a llenar las canastas y cumplir con mi tan deseado sueño de conocer la planta y recoger su fruto rojo que había conocido a los cinco años en mi incoloro pueblo.


Por ahora Paris puede esperar.


18.junio.2021



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