¿Verdad que suena lindo ese título?
Pareciera que es el título de un nuevo cuento que voy a escribir, pero en realidad es de algo que alguna vez existió.
Eran los años 60, Antequera era en esos tiempos era un pueblito pequeño en el que solo rompían el silencio y la monotonía el rugir del motor de la llegada de algún camión que transportaba rollos, que en esos tiempos eran incesantes, o la llegada de algún buque de pasajeros y carga que llegaba al puerto, congregando ante él una multitud de personas que se acercaban en busca de alguna oportunidad para hacer una changa como la de descargar los productos que transportaba, la posibilidad de bajar las maletas de algún pasajero o simplemente, la oportunidad de vender algún pan trenzado, un ka'i ladrillo, alguna naranja o pakova o algún lampreado que le sirva al pasajero para saciar su apetito y así el revendedor salvar el día a día.
En esos años ni luz eléctrica teníamos, al caer la tarde y cuando el sol se ponía, era prácticamente hora de cenar a la luz de algún viejo lampíun e ir a la cama. Algunos que otros se reunían al concluir la jornada, principalmente los estibadores, en algún "Boliche" iluminado por una lámpara a kerosén Petromax, y sentados en un apyka puku uno al lado de otro, se servían en algunos vaso jeré que recorría de mano en mano, libando de el un sorbo de "blanquita", un clandé especial traído de algún alambique de Puerto Barranquerita.
Así pasaban la noche hasta que uno a uno los parroquianos, de a poco iban abandonando el local, algunos llevados en andas como el goleador del equipo por el exceso de "combustible" ingerido, se retiraban hablando en coro haciendo escuchar un murmullo casi inentendible y aisladamente algún que otro sapukai a media noche.
Así transcurrían los días en la apacible noche antequerana.
Cuando corría el año 1963, llegó al pueblo un motor generador diésel gracias a los buenos oficios de un dilecto hijo del pueblo, el Gral. Marcial Samaniego, inaugurandose así la primera USINA ELECTRICA PTO. ANTEQUERA que funcionaba de 6 a 8 pm.
En esa misma época, hacía poco tiempo había regresado al pueblo un joven soñador venido de la capital del país, un hijo del pueblo, Adolfo Tumpling, que cargado con ideas nuevas y revolucionarias para los tiempos que corrían y con la fuerza y el ímpetu que solo te da la juventud y queriendo aplicar en su pueblo los conocimientos adquiridos en la capital en el legendario Club Deportivo Sajonia, donde ofició de profesor de natación, incursionó en la navegación de veleros y en el remo deportivo, llegó con deseos de aplicar esos conocimientos innovadores en su terruño. Fue así que aprovechando un viejo local que poseía frente a su casa materna, lo acondicionó para que en ella se pueda reunir a los jóvenes del pueblo para que tengan un esparcimiento sano y puedan relacionarse así socialmente.
Fue así que nació el Club Social Antequereño.
Con un tocadiscos a pila de 33 rpm se puso a reproducir algunos discos de la "nueva ola", como canciones de Leo Dan, Palito Ortega, Salvatore Adamo,Yaco Monti y otros clásicos de boleros y corridos mejicanos, como los de Javier Solís y Miguel Aceves Mejía.
Con ese pequeño artefacto se armaban los cócteles para danzar en una pista de arena, como si la misma fuera un salón de gala.
Al son de los primeros boleros, los galanes hacían un recorrido con la vista alrededor de la pista para "Lentear" a más bella damisela y presuroso, antes que otro le gane de mano, iba junto a ella y con una inclinación, como con una reverencia la invitaba a que le conceda el honor de concederle el placer de acompañarle en la danza con esa canción.
Yo era un chico de apenas 9 a 10 años en esos tiempos, como la danza ocurría apenas entrado el sol y como mi tío era el Presidente del club, tenía la anuencia de mis padres para estar en la fiesta, como yo en ese año luego de haber estado un año en Asunción por estudios, también volví al pueblo y era un conocedor de todos los temas musicales. Por esa razón mi tío me encargaba el cuidado del tocadiscos y la manipulación del mismo, poniendo yo la mejor melodía para el deleite de la concurrencia.
Pero no solo era danza la diversión, también en el local se practicaba volleyball, basketball y hasta se jugó allí un encuentro femenino contra un equipo venido de Concepción. En ese encuentro ocurrió un caso que hoy les voy a contar; como nuestro equipo femenino era muy inferior en destreza comparado con el equipo visitante y como el primer set perdimos por un amplio marcador, al técnico de nuestro conjunto se le ocurrió disfrazar a Neneco Miranda de mujer para reforzar al equipo femenino.
Tal es así, que le pintaron los labios, le ataron un pañoleta para cubrir el pelo corto e ingresó al ruedo para nivelar el encuentro.
Para concluir
¡¡¡Que bueno sería que ahora se vuelva a revivir un club como ese en mi "Pueblo de Leyendas".
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