El atardecer es algo que desde niño me ponía un poco melancólico.
Recuerdo que cuando pasaba mis vacaciones en mi pueblo Puerto Antequera, era para mí como una alarma de reloj que me indicaba que otro día empezaba su agonía hasta morir, lo cual significaba que había agotado otro día más de mis placenteras vacaciones en casa junto a mis padres.
En esos momentos recuerdo que subía al techo con chapa de zinc de mi casa paterna que daba al río, y cual si fuera un privilegiado balcón mirador, desde y allí contemplaba en silencio la maravillosa puesta del sol que como una acuarela de mil colores, la madre naturaleza lo pintara solo para mí.
A pesar de toda esa maravila descrita, a mí el ocaso siempre me dejaba un sabor agridulce con un dejo de tristeza y melancolía.
Aunque hoy ya no contabilizo los atardeceres como cuando era un niño, que en esos tiempos lo hacía como tarea de un día menos de mis vacaciones, hoy aún sigue siendo para mí un momento de melancolía.
Esos maravillosos colores que el sol dibuja en en su despedida reflejando sus rayos sobre el río y dando a las nubes sus últimos alientos tibios antes que la fría noche la cubra con su manto negro, me hace meditar sobre las muchas cosas vividas en el día que se marcha, como se marcha el agua que corre por el río para nunca más volver.
Ese momento del día me recuerda y lo comparo con mí primer trabajo responsable que hice en mi juventud, que consistía en hacer un cierre diario del libro de caja, en el que debía registrar en un resumen lo desarrollado durante el día, era asentar en el debe y el haber lo positivo y negativo, para que al final se sepa, con qué saldo quedaba para encarar el próximo día, es como estar soñando con un nuevo amanecer incierto, con la interrogante de qué cosas vendrán con el alba del día siguiente, cuando el astro rey se asome en el horizonte para volver a empezar.
Así, trascurre el tiempo día tras día, viendo nuevos atardeceres con distintos matices, pero que a pesar de su carga de melancolía al cierre del mismo es para agradecer a Díos por lo recibido en el día y con la esperanza de que nos regale otro nuevo amanecer, para rectificar las cosas que no nos salieron bien y seguir cosechando sueños.
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