Así se titulaba el libro de lectura de primer grado que usó mi generación, ese libro en su portada tenía la imagen de unos hermanos sentados en la murallita de un hermoso chalet moderno para la época. Corrían los años sesenta y yo iniciaba el año escolar en una escuela del interior de mi natal Pto. Antequera, por esos años era una escuela que ni siquiera contaba con la cantidad de aulas necesarias para cubrir los seis grados requeridos por el plan de estudios de primaria, tal es así, que en vez de ser denominada “Escuela graduada 252 José de Antequera y Castro”, se denominaba “escuela media”, por carecer de los elementos completos.
Mis compañeros de clases, en su mayoría eran chicos de origen humilde y de zonas rurales, tal es la cosa que algunos se llegaban de las distintas compañías de la localidad, haciendo el trayecto a la escuela varios kilómetros montados a caballo o directamente caminando.
Estos compañeritos en su mayoría asistían a clase descalzos, vestidos con un pantaloncito azul tipo de fútbol con una goma en la cintura, confeccionados en Luque de una tela de Pilar llamada “Brin Pilar”, y un simulacro de guardapolvo blanco, que mas bien era una camisa larga hecha con una tela de de la más económica de todas llamada “nanzú” y lo usaban sin llevar camisa por debajo.
Toda esta introducción que hago, es simplemente para ubicarlos en el escenario de los hechos de lo que quiero comentarlos.
Las ilustraciones del texto mencionado, mostraban la casa de Ana y Pepe, un chalet moderno, al padre vestido con traje y sombrero de fieltro, la madre con vestido elegante, con uso aretes y un moderno peinado de peluquería, un auto del año en el garaje lo que para esos tiempo era todo un lujo. Ahora quiero que se pongan en los zapatos de mis compañeritos ¿qué impresión les habrá causado ver todo eso?. Estos chicos miraban la casa y automáticamente comparaban con sus viviendas, las cuales eran hechas con estaqueo, de culata jovai, con techo de paja, piso de tierra y al ver a su padre, lo comparan con el de Ana y Pepe y ven al suyo, un señor con una azada al hombro, torso desnudo, pantalón arremangado y remendado, sombrero piri deshilachado, ven a su madre con un seno al aire amamantado a un niño, un turbante liado a la cabeza, un vestido desgatado y con mas remiendos que ya parecían apliques, un carro tirado por bueyes en el patio de la casa. Comparando todo eso que vieron, con el estereotipo de vida que mostraba el libro, era como para que todos esos niños campesinos, quisieran cambiar radicalmente de modo de vida.
Esa generación de niños por lo general no concluyeron tan siquiera la primaria, y lo que sí lo hicieron, luego pasaron a estudiar el bachillerato humanístico, que no era nada más que un barniz de conocimientos que los preparaba para tener una posibilidad de seguir una carrera universitaria y en ese intento, otro tanda de esos niño quedó por el camino sin poder proseguir sus estudios, lanzando al mercado una camada de chicos frustrados. Ellos fueron formados para ser doctores, no para volver a la chacra, porque esa era la formación transmitía el plan de estudios.
En ello yo encuentro una de las razones por la que tantos jóvenes hayan migrado de las zonas rurales a las grandes urbes, creyendo que con eso lograrían forjarse un futuro mejor, con la poca preparación que para la vida te da el bachillerato humanístico, trece años fueron tirados por la borda, dejando solo una generación de frustrados. Todo esto quizá se hubiera podido evitar si los textos se hubieran adecuado a la realidad de esos niños, si se los hubiera inculcado a que ser “chokokue” también era ser digno. Si en vez de tantas teorías humanísticas se los hubiera transmitido conocimientos técnicos de cómo mejorar su entorno y mejorar el rendimiento de sus actividades pecuarias, hoy no tendríamos tantos exiliados del campo a la ciudad.
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