Al día siguiente de mi llegada, después de compartir el desayuno con mi querida hermana Blanca Flores de Rosa, fuimos a recorrer el enorme edificio de material cocido que era nuestra apreciada herencia, que por el momento se encontraba en lamentable abandono. La verdad que esa enorme construcción era toda una fortaleza, pero prácticamente en ruinas, aunque supuestamente bien pintadita por los inquilinos que lo abandonaron.
Por lo que se podía apreciar, también en este lugar las condiciones económicas en que vivía el país estaban presentes. Por consiguiente, al instante comprendí que mi idea inicial de alquilar o vender estos bienes en las condiciones actuales que se encontraban, no eran posibles.
La verdad es que en este legendario y pintoresco puerto efectivamente había mucho movimiento de grandes buques argentinos, brasileños y uruguayos que arrasaban, devastaban y devoraban nuestras últimas maderas en bruto de primera calidad, que nosotros los paraguayos les regalábamos a nuestro compradores extranjeros, prácticamente sin costo alguno. Pero se notaba sin tener que ser ningún experto, que la buena época de oro ya estaba acabado, agotado, en decadencia y que la miseria ya empezaba de nuevo a adueñarse de los humildes pobladores, que son los primeros que sienten su fantasmal presencia.
Estábamos pasando por la desgraciada o destartalada época de la tala indiscriminada de nuestros milenarios bosques vírgenes. Finalmente les puedo asegurar que de aquel crimen ecológico imperdonable, no quedó ningún obrajero con dinero y todos murieron en la miseria.
Al final, creo que este castigo fue bien merecido, pues nadie supo aprovechar esta riqueza que la naturaleza sin costo alguno les regalaba. Los pocos beneficiados fueron para los buitres, radicados en la ciudad que disfrutaron hasta el final de nuestro sacrificio. Hoy día, los comentarios callejeros son muchos y nadie quiere ser responsable de esta realidad, o sea imperdonable delito ecológico que en aquella época empezó a multiplicarse en nuestro país en forma descontrolada, contra la pobre naturaleza.
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